UTMB - CCC 2012

Aquí todo se paga...

Mojado y muerto de frío, mezclado entre un grupo de turistas que siguen la carrera de avituallamiento en avituallamiento, permanezco de pie, inmóvil, esperando el autobús que acabará antes de tiempo con mis ilusiones y me devolverá a Chamonix, impotente, triste y desmoralizado.

Llevaba una semana analizando el tiempo a diario, algunos días más de seis veces, con la esperanza de que no se cumplieran las previsiones. A pesar de que Courmayer nos recibe con un espectacular cielo azul, que todos los corredores celebramos con aplausos y gritos de alegría, finalmente terminó por cubrirse y mostrarnos el escenario de nuestro campo de juego. Niebla, lluvia, viento y nieve, iban a ser nuestros compañeros de viaje en las próximas horas.


Suena la música de Vangelis, Arturo y yo nos deseamos suerte y, emocionados comenzamos nuestro camino hacia "La conquista del Paraíso", tal y como nos hace sentir este himno ya establecido de todas las carreras del Ultra Trail del Mont Blanc, en nuestro caso concreto de la CCC (Courmayer - Champex - Chamonix). Son momentos realmente especiales, donde diversos recuerdos ocupan mi mente; los encuentros con Eva y los niños en cada puesto de control en Las dos caras del Aneto, la subida a Cabeza de Hierro en el MAM, el Ventisquero de la Condesa nevado en el Cross Tres Refugios de este año, y muchos otros más hacen que, antes de que me de cuenta, hayamos abandonado la calidez de las calles de Courmayer.

La pista por la que discurren los primeros kilómetros se convierte en un serpenteante sendero que, en fila de uno, nos hace ganar desnivel rápidamente. De manera que, antes de que nos demos cuenta, hemos llegado al primer control y avituallamiento, lugar donde nos esperan Marion y Yann. Después de tomar un té, continuamos nuestro particular viaje.


Mediante pequeñas subidas y bajadas vamos dejando Courmayer cada vez más abajo y más atrás. Son momentos disfrutones, en los que avanzamos en grupo con un ritmo cómodo y mantenido. Intuimos que no tardará en arreciar la lluvia y el viento, así que sin aminorar nuestro paso nos ponemos el goretex. Tras una pequeña bajada muy divertida, pero no excesivamente rápida debido a que continuamos corriendo en grupo, llegamos al primer avituallamiento sólido. Tanto la llegada como la salida del mismo son casi más reconfortantes que todo lo que comemos y bebemos, puesto que la gran cantidad de gente que se agolpa en las inmediaciones anima sin descanso, incluso en español al reconocer a través de los dorsales nuestra nacionalidad.

Me encuentro muy bien y muy animado, pero por alguna razón no estoy pendiente de algunos detalles que en otras ocasiones no dejaría pasar. Es Arturo quien cada hora y media me recuerda que tenemos que tomar las sales, y también es él quien está pendiente del perfil con horarios que tan minuciosamente preparé en casa. La subida al Grand Col Ferret es dura. El terreno embarrado hace que cada paso sea un resbalón, así que buscamos pequeños trozos con hierba, e incluso con nieve, que ya ha empezado a caer desde hace un rato, para optimizar el esfuerzo. 

Perfil plastificado, incluyendo los tiempos de paso previstos.

Qué emocionante es el paso por este puerto, tantas veces visto, y que me hace sentir eufórico. Euforia que nos lleva a comenzar el descenso rápido, incluso la nieve o la lluvia nos parecen agradables en este punto. A pesar de lo complicado del terreno, no paramos de adelantar a multitud de corredores. Son quizá los mejores momentos del día, en los que solo pienso en el siguiente paso, donde voy a colocar el siguiente pie, o en cuanto resbalará mi zapatilla al frenar antes de la próxima curva. Pero es una bajada larga, de casi 20 kilómetros, y aquí todo se paga.

Grand Col Ferret

La bajada se me empieza a hacer larga. Deseo dejar de correr, comenzar la subida que nos separa del ecuador de la carrera y recuperar las piernas tras tan largo descenso. Pero la sorpresa es muy desagradable, y al comenzar a caminar cuesta arriba me encuentro con muy pocas fuerzas. Estoy mentalizado para esto, se que este momento tenía que llegar. Me limito a colocarme en medio de un grupo siguiendo los pasos del compañero que me precede, intentando no pensar en nada más que en el lugar donde debo poner el pie para dar el siguiente paso. Aún así, en momentos pienso que no voy a poder acabar, que está siendo muy duro y que todavía queda mucho por delante.

Lentamente van pasando los kilómetros hasta que por fin llegamos a Champex, lugar donde gracias a los amigos de Arturo, nos cambiaremos de ropa y comeremos sentados. Entramos en la carpa del avituallamiento y fugazmente paso la vista por el puesto de abandono. Arturo me acerca un plato de pasta mientras yo hago unos estiramientos, puesto que he empezado a sufrir algún calambre. Pasta, sopa, pan, mucho queso y algo de coca cola componen esta especial comida. 

Llegada a Champex

No ha sido una parada muy larga, apenas 15 minutos, pero me cuesta muchísimo arrancar. Llueve intensamente, e intento trotar por la carretera que rodea el lago de Champex. Vuelvo a recordar el puesto de abandono, pero sacando fuerzas de flaqueza, intento aumentar el ritmo y continuar corriendo. Parece que funciona y recupero las buenas sensaciones, así que volvemos a adelantar a numerosos corredores. 

Pero la lluvia arrecia y el camino vuelve a empinarse. Se que sólo quedan unos 700 metros de desnivel hasta el próximo avituallamiento, así que intento conservar el optimismo recuperado. Cada vez tengo menos fuerzas, me resbalo, me hundo en el barro, no soy capaz de mantener un ritmo ya de por si bastante lento. Empieza invadirme una sensación de impotencia y tristeza que me hace presagiar lo peor. Continuo, paso a paso, ya de noche, bajo una intensa nevada. A lo lejos se oyen unos cencerros e intuimos el control, pero al llegar a su altura descubrimos que es un rebaño de vacas. 

Finalmente llegamos a una cabaña de pastores. Nada más entrar a la derecha se encuentra el puesto de abandono. Retiro la vista de él y me acerco a una mesa a tomar un par de vasos de caldo caliente. La gente aprovecha para descansar, abrigarse o revisar las pilas del frontal. No hay nadie en la mesa de abandonos. Antes de quedarnos helados decidimos ponernos en marcha de nuevo.

Si pudiera elegir no me encontraría aquí, de noche, en medio de una montaña que no conozco, debajo de una intensa nevada y azotado por el viento. Podría volver a entrar en la cabaña y escurrirme en un rincón, esperando que pase la noche sin ser visto por nadie. Con las primeras luces del día bajaría al valle y buscaría la manera de regresar.

No puedo mantener el ritmo del resto de corredores en la bajada. Cada pocos metros me tuerzo un tobillo, una rodilla, o meto la pierna en el barro hasta la pantorrilla. Arturo me anima e intento aumentar la velocidad, pero apenas puedo trotar. La decisión está tomada, tengo que llegar a Trient y allí me retiraré. Ya no busco más estímulos dentro de mi cabeza para seguir, ya no encuentro nada que me motive lo suficiente para pedirle mas esfuerzos a mis piernas. Me dejo llevar por la inercia de la bajada hasta que aparecen las primeras luces de Trient.

Esta fue mi carrera

Paso el control de tiempo en el puesto 562 tras 11:53 horas de carrera. Al frente un cartel reza lo que queda hasta el siguiente punto: 10 kilómetros, 800 metros de desnivel positivo y otros tantos de desnivel negativo. 10 grados bajo cero, nieve y viento de más de 60 kilómetros por hora. Sentado en un banco, con la cabeza entre las piernas, me derrumbo. Levanto la vista y le digo a Arturo que me voy a retirar.

Mientras tanto comemos pan y queso, salchichón y unos deliciosos pasteles de algo que no soy capaz de recordar. De repente me levanto, lleno la bolsa de agua y me pongo el forro polar. Arturo celebra mi decisión y abandonamos la carpa. Pero unos metros mas allá me encuentro con 10 escalones que no soy capaz de bajar mas que de uno en uno. Ha llegado el momento de despedirnos. Arturo continuará y terminará en un gran tiempo y posición. Yo, sumido en mis pensamientos, me dirijo hacia la enfermería y puesto de abandonos. Esta vez sí, me cortan el dorsal.

Comentarios

  1. Madre mía, ya había leído por ahí que fue duro, pero de profesionales. Pero debió ser algo más que eso para los aficionados. Enhorabuena por el relato y animo, siempre se puede repetir y aprender de lo vivido.

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  2. Por esto y muchas cosas mas se que eres un campeon y un gran ejemplo para todos. Y tengo los pelos como escarpias al leer lo que escibes con tanto entusiasmo, como cuando corres. Animo

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  3. Lo primero, enhorabuena por tu relato. Es todo un libro de viajes este diario del pesoptimista.
    Cuando veo el diagrama de la carrera que has hecho ya me dan mareos, así que con esas condiciones atmosféricas no me extraña que te dieran a ti, que lo estabas sufriendo, todos los males del mundo.
    Yo creo que está muy bien jugado. Si no estabas para esta, lo mismo para la próxima ya tienes una idea más clara de las cosas que le pueden pasar a un corredor por esas alturas.
    Creo que leeremos el relato de cuando cruzaste la meta en Chamonix...o como se diga.
    Un abrazo.

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